Se suele decir que las empresas, como los seres vivos, pasan por una serie de fases que asemejamos a lo que llamamos su ciclo de vida: nacen, crecen, se estabilizan y “mueren”.

Cada una de las fases será más o menos larga según el sector, el negocio y la empresa concreta de que se trate.

En general, estas fases las podemos entender aplicables no solo a las empresas como unidades organizativas con personalidad jurídica propia sino, en general, a cualquier proyecto de inversión que queramos analizar.

Es decir, veremos que estas fases se dan en una empresa, pero también en una nueva línea de negocio que queramos lanzar al mercado cuando ya operamos en él o incluso en un nuevo producto dentro de una línea de negocio existente.

Las fases del ciclo de vida de un proyecto de inversión

Nacimiento

Todo proyecto tiene un momento en el que empieza a rodar.

Desde el momento en que surge la idea en la cabeza de un emprendedor hasta la puesta en marcha del proyecto se suceden una serie de decisiones, actividades y tareas que comprenden la fase de nacimiento del proyecto.

En este momento es cuando se requiere una mayor atención por parte del empresario, tanto a nivel de esfuerzo como de recursos económicos dedicados.

Requerirá de un profundo análisis para entender al máximo el entorno en que se desarrollará nuestro proyecto. En este momento se ejecutan diversos análisis de escenarios completos ya que todo son hipótesis.

En esta fase se suelen realizar las mayores inversiones de capital con flujos de caja claramente negativos salvo que de partida contemos con algún tipo de financiación externa anterior a dichas inversiones: subvenciones públicas, financiación alternativa tipo Venture Capital, etc.

Lo óptimo aquí sería minimizar estas inversiones para crear lo que conocemos como MVP, por sus siglas en inglés: un Producto Mínimo Viable para el lanzamiento al mercado.

El riesgo en esta fase es muy alto porque no deja de ser una idea que descansa sobre modelos, hipótesis y teorías, pero tiene que aterrizar y materializarse, por lo que tanto la experiencia del empresario como la profundidad del análisis realizado y de sus conocimientos del entorno son fundamentales.

Este riesgo afecta a la decisión de financiación del proyecto en esta fase tan inicial: Si se trata de una nueva empresa es más difícil que consiga financiación externa que si, por ejemplo, se trata de una nueva línea de negocio desarrollada por una gran empresa de mostrada solvencia. En este último caso es probable que tenga más facilidades para obtener financiación que aquel que empieza de 0.

Crecimiento

Como un niño cuando empieza a andar, nuestro proyecto se va desarrollando una vez lanzado al mercado.

Las cuotas de mercado se incrementan a medida que el producto o servicio ofertado se desarrolla y es más conocido.

En esta fase se alcanza el punto de breakeven y el empresario empieza a obtener beneficios y flujos de caja positivos.

Con estos flujos de caja puede realizar nuevas inversiones con que seguir creciendo a nivel productivo.

Además, será más fácil ahora obtener financiación dado que ya cuenta con un producto testado por el mercado, reduciendo el riesgo y, en consecuencia, el coste de la financiación obtenida.

Cuanto mayores sean las barreras de entrada en el sector o mercado de que se trate, más tiempo durará esta fase.

Madurez o estabilización

El crecimiento no puede ser infinito. Llega un momento en que nuestro proyecto llega a su nivel de desarrollo óptimo, para unas condiciones productivas dadas.

Podemos llegar a este punto ya sea porque el mercado está copado (porque hay un alto nivel de competencia o porque la necesidad cubierta por el producto está satisfecha), o porque el proyecto no pueda seguir creciendo porque el empresario no quiere invertir en generar mayor capacidad productiva.

Sea el motivo que sea, en este punto no cabe más crecimiento que tasas estables de crecimiento alineadas con el marco de desarrollo económico de nuestro entorno.

Los flujos de caja generados por el proyecto se deberían destinar a inversiones de mantenimiento o reposición si queremos mantener y no deteriorar nuestra capacidad productiva.

Muchos proyectos se quedan en esta fase de madurez durante años y años, pero, en un mundo empresarial tan competitivo, el crecimiento empresarial es el “mecanismo de supervivencia de los más fuertes”.

Es por esto por lo que, en numerosas ocasiones, es en esta fase cuando el empresario busca nuevas formas de crecimiento empresarial, ya sea de forma orgánica (generando nuevo negocio) o inorgánica (“aprovechando” el negocio creado por otros al integrarlo en el propio).

De hecho, es muy habitual ver empresas en esta fase de madurez que, si no emprenden medidas de desarrollo empresarial para ellas mismas, acaban por recibir una oferta de otra empresa para ser adquiridas o integradas en su negocio, de forma que acaban por convertirse en “alimento” (fuente de crecimiento) para otra que sí que quiere seguir ganando en tamaño. Esto es, sin lugar a duda, Darwinismo puro.

Declive

Si mi proyecto crece a tasas de 1-2% anual en un entorno donde la inflación está en un 3%, no debería estar yo muy contenta: en realidad estoy creciendo a tasas negativas.

Cuando el proyecto no es capaz de crecer para cubrir, al menos, la inflación, decimos que en términos reales (deducida la inflación) está decreciendo.

Comienza entonces la fase de declive. Es en este momento donde surge la disyuntiva: renovarse o morir.

En efecto, si en este punto no nos reinventamos de forma disruptiva, la única salida es “la muerte” de nuestro proyecto de inversión.

Si el proyecto se reinventa, podríamos decir que vuelve a la casilla de salida o fase de nacimiento.

Si no es capaz de hacerlo, el propio devenir del tiempo y desarrollo del entorno harán que termine por desaparecer.

En este punto final del proyecto, éste entraría en fase de liquidación: los activos no depreciados pueden venderse (por partes o no) y generar un último valor de liquidación para el empresario.

Las diferentes fases del ciclo de vida según el proyecto

Distintos proyectos tendrán variaciones en cuanto a los tiempos entre fases, de la misma forma que no todos los niños empiezan a andar o hablar al mismo tiempo.

El sueño de todo empresario en el momento en que lanza su proyecto es que la fase de crecimiento nunca termine, ya que eso significará mayores beneficios para él.

Sin embargo, nos encontramos con proyectos que no llegan a entrar en fase de crecimiento ya que, al ser lanzados al mercado son prácticamente desechados por él, de forma que la fase de nacimiento casi desemboca en la de liquidación.

En todo caso, influirá mucho la habilidad del empresario para sortear el desarrollo de las circunstancias y adaptarse a las necesidades del mercado.

En efecto, si una vez lanzado el producto o servicio, veo que el mercado no muestra interés en él, tengo dos opciones: desecharlo yo también o reconvertirlo en algo que pueda generar interés, volviendo así a la casilla de salida.