La mayoría de las personas (si no todos) tendemos a especializarnos profesionalmente: Derecho, Fontanería, Medicina, Informática, Farmacia, Ventas, Finanzas, Mecánica…

De hecho, parece que, si sabes de muchas cosas, no sabes de nada. «El que mucho abarca (…)»

La especialización del conocimiento

La Teoría de la División del Trabajo nos indica que la especialización y división de cualquier proceso en tareas específicas incrementan la productividad y la eficiencia del mismo.

Este es el fundamento teórico básico que subyace bajo el modelo de producción que encontramos en cadenas de montaje como las de una fábrica de coches, por ejemplo, donde cada persona (o máquina) se encarga de montar o ensamblar una parte específica del automóvil.

Este principio, escalado a nivel de especialización profesional, más allá de las tareas, nos ha llevado a un punto en el que solo sabemos de lo nuestro, y de nada más.

Por ejemplo, yo misma: soy analista financiero especializada en Finanzas Corporativas, y no soy la más adecuada para dar consejos sobre inversión en Bolsa porque no soy especialista. Para eso, te recomiendo que hables con un Asesor Financiero que te recomendará el producto más adecuado en función de tu perfil inversor.

Pero, es más: un analista de Bolsa se especializa por mercados geográficos, tipos de empresa, tamaño de las empresas, etc. Y “no se junta” con los analistas de Renta Fija.

Cuando compré mi casa pedí a un abogado que revisara toda la documentación. Un abogado especializado en el área de contratos, no un penalista ni un laboralista.

Me cuesta horrores entender mi nómina, aunque la recibo cada mes desde hace años y pese a que tengo bastante capacidad de «entender números».

Como podrás comprobar estoy hablando de cosas básicas del día a día como una nómina, un contrato de compraventa…

De la misma forma, tengo muchas personas a mi alrededor con una gran cultura y formación en campos no financieros que ni tan siquiera conocen conceptos financieros básicos de nuestro día a día tales como: Tasa Anual Equivalente (TAE), Valor Actual Neto de una inversión, Modelo Financiero

Igual que todos hemos estudiado la Revolución Francesa: ¿No debería ser obligatorio que todos tengamos el nivel mínimo de conocimientos financieros que necesitamos para nuestro día a día?

Un fallo en Matrix al descubierto

La crisis financiera de 2008 puso sobre la mesa este gran problema estructural: la falta de conocimientos básicos financieros en los ciudadanos.

Y no me refiero ya al desconocimiento sobre productos complejos como los CDS que tan famosos se hicieron en aquella época (Credit Default Swaps: una especie de póliza de seguro para el caso de suspensión de pagos de un tercero) sino a productos financieros más “cercanos” como las hipotecas con cláusula suelo.

Para luchar contra este gap de conocimiento se han tomado distintas medidas como el Plan de Educación Financiera nacional impulsado en España a través de la CNMV y el Banco de España, con el objetivo de contribuir a la mejora de la cultura financiera de los ciudadanos. Este Plan se articula a través de distintas medidas y plataformas que intentan proporcionar a los ciudadanos herramientas y capacitación mínima suficiente para tomar decisiones financieras informadas y apropiadas.

Estoy totalmente a favor de cualquier medida que impulse la formación financiera. Hay una serie de conceptos mínimos que todo ciudadano debería conocer hoy en día, puesto que estamos rodeados de relaciones financieras que nos afectan: préstamos, hipotecas, cuentas corrientes, fondos de inversión, planes de pensiones, etc.

Parece que necesitas un Máster en Finanzas para entender conceptos necesarios para cualquier persona que se desenvuelva en relaciones económicas y financieras habituales del siglo XXI.

No debe volver a ocurrir jamás que una persona pueda adquirir un producto financiero que no comprenda al 100% y que no sea acorde con su nivel de aceptación de riesgo.

Partiendo de la base de que apoyo totalmente este tipo de medidas, veo que se queda una pata de la mesa coja: la formación financiera de pymes y autónomos.

¿Y las empresas?

Los planes de formación financiera están muy enfocados a finanzas personales y no al ámbito de las finanzas corporativas, dejando a un amplio sector de la población desprovisto de estos conocimientos mínimos.

Damos por sentado que una persona que emprende y lanza un negocio conoce y comprende ciertos conceptos mínimos de empresa y finanzas. Pero quien supone, se equivoca.

Cuántas personas se embarcan en negocios que no conocen y que a priori parece que no tienen ningún misterio: «No estoy enviando cohetes a la luna, solo he abierto una papelería». Esta frase (o distintas variantes) la he oído muchas veces. ¿Te suena?

El autónomo o pequeño empresario sabe mucho del negocio que emprende: de su core business. Pero una empresa implica muchas otras relaciones adicionales con su entorno: con la Administración Pública, con sus empleados, con Hacienda, con sus proveedores, etc.

Abrir una tienda de papelería no es ponerse a vender artículos de papelería. Es negociar un alquiler o comprar un local, llegar a acuerdos con proveedores, darse de alta como autónomo en la seguridad social, dar de alta a los trabajadores, pagar sus nóminas y calcular las correspondientes retenciones, emitir facturas, liquidar trimestralmente el IVA…

En suma, es una empresa, un proyecto de inversión.

Sobre Finanzas Corporativas

FINACOTECA surgió precisamente con la idea de evitar que una persona fracase en su proyecto profesional por no tener los conocimientos financieros que necesitaba para ello.

La Dirección Financiera de una empresa engloba campos muy diversos: contabilidad, impuestos, tesorería, control de gestión, desarrollo corporativo y análisis de inversiones…

Sin embargo, parece que la Dirección Financiera en PYMES y autónomos solo “se acuerda” de las áreas de contabilidad e impuestos, probablemente porque, por motivos legales, se generan una serie de obligaciones periódicas para los autónomos y empresarios.

El que está más avanzado habla incluso de «gestión de la tesorería».

Pero… ¿Alguien se plantea, desde el principio, justificar el sentido económico y financiero de poner la primera piedra? ¿Qué ocurre con el control de los indicadores financieros del negocio durante la vida de la empresa? ¿Quién da seguimiento a la evolución de los costes?

Ignorantia juris non excusat es un principio de Derecho que establece que el desconocimiento de la ley no exime su cumplimiento. Es decir, no puedo alegar que robé porque no sé que robar es un delito. El legislador promulga y da publicidad a las leyes para que tengamos acceso a ellas, y nosotros no podemos ignorarlo. Es más: es nuestro deber como ciudadanos conocerlas.

Aquí ocurre lo mismo: No podemos excusarnos más en “yo no sé de eso” cuando tenemos a nuestro alcance las opciones de conocimiento.

Se trata de estudiar, investigar, preguntar… Ser curioso para entender lo que nos rodea y nos afecta en nuestro día a día.

No valen más excusas.